domingo, 13 de marzo de 2011

Los vándalos y la memoria sumergida


Un viejo artículo

El siguiente artículo se públicó el 7 de noviembre de 2007 en Asturias Liberal

LOS VÁNDALOS Y LA MEMORIA SUMERGIDA
¿Quién de niño no ha querido imitar al Capitán Nemo y recoger lingotes de oro de los galeones hundidos? A los niños y a los menos niños nos seduce todavía el brillo de los tesoros, y por eso vemos con cierta simpatía las actividades de aquellos que como el famoso Mel Fisher, rescatan inmensas fortunas de los fondos marinos. Pero ya no somos Tom Sawyer, Long John Silver se jubiló hace mucho tiempo y el Nautilus sigue sepultado en los bajíos de la Isla Misteriosa.

La memoria de los siglos 
Ahora sabemos que en los restos de naves naufragadas, lo que llamamos pecios, hay un tesoro mucho más valioso que todo el oro del Banco de España: hay información. Los pecios son auténticas esferas de tiempo, como las cámaras secretas de los faraones. Entre el maderamen podrido, el lodo y la arena se ocultan objetos que en su día fueron corrientes pero que ya no existen en tierra firme. De los restos de un barco etrusco hundido frente a las costas italianas los expertos han deducido datos inesperados sobre esa civilización. De barcos holandeses y portugueses hundidos en el Pacífico se han extraído piezas de porcelana que son especimenes únicos. Los pecios son una fuente insuperable de información sobre los contactos que mantenían pueblos y culturas del pasado.

Los saqueadores destruyen la información
Los arqueólogos, a partir de las marcas de las ánforas, son capaces de determinar la carga de un barco romano o griego y hasta se atreven a inferir con gran aproximación cuáles eran su origen y destino y hasta el nombre del armador. Pero el que se limita a buscar oro y plata remueve los estratos, rompe el ánfora o se la lleva a su casa para adornar el salón. Ni le interesa la historia, ni le importa la información. Es un vándalo más o menos inconsciente, como aquellos otros bárbaros modernos que hasta hace bien poco pulverizaban momias milenarias para convertirlas en óleos para pintores y en remedios farmacéuticos.

La inoperancia de las administraciones
Lo que está pasando con las empresas "cazatesoros" es inadmisible. Aprovechando vacíos legales y la absoluta inoperancia de las administraciones, se están arrasando pecios que tienen un valor arqueológico e histórico incalculable. Esas empresas codician como urracas los metales brillantes, las joyas, los objetos de colección, y destruyen el yacimiento arqueológico impidiendo a los historiadores de ahora y del futuro reconstruir el pasado.
Imaginemos que llegara mañana una empresa cazatesoros de tierra firme a Segóbriga, o al Foro de Trajano en Roma, buscando moneditas, y machacara cuidadosamente todos los restos hasta rescatar el último sestercio... No sería la primera vez en la historia: en su día hubo quien usó dinamita para volar pirámides precolombinas buscando tesoros mayas. Eso, exactamente, es lo que está pasando con las empresas cazatesoros, pero como no actúan en tierra firme sino en el mar, nadie dice nada y, lo que es peor, nadie hace nada.
En nuestras costas existen numerosísimos pecios cargados de historia: no hace mucho se localizó un barco fenicio en aguas de Cartagena.
Nuestras costas, —y singularmente las aguas del Estrecho— han recogido una milenaria cosecha de desastres marinos, que un día se tragaron vidas y haciendas pero que alumbran hoy valiosísimos testimonios de los siglos pretéritos. Por otro lado, la mayor parte de los valiosos galeones que se encuentran dispersos en las aguas del mundo son pecios españoles amparados por el Derecho Internacional. Lo importante no son los lingotes de oro o de plata, sino todo lo demás, eso que los cazatesoros consideran basura y que, sin embargo, apasiona a los arqueólogos submarinos.

La amenaza tecnológica
Este el estado de la cuestión, y podemos augurar que el problema se va agudizar cada día más, puesto que la tecnología ha dado pasos de gigante. Los mares y océanos del Planeta ya no son guardianes insobornables de nuestra historia sumergida y la situación creada por la empresa Odyssey no es más que la punta de un formidable iceberg. Nunca ha sido más urgente y necesario adoptar medidas concretas de protección y de prevención.

El escándalo Odyssey
Ni las autoridades nacionales o andaluzas dan a este asunto la debida importancia, y es que todas las administraciones —la de ahora y la de antes— han mostrado idéntica desidia. Hace ya seis años que Odyssey se mueve a sus anchas por el Estrecho, sin rendir cuentas a nadie de sus actividades, salvo a sus accionistas. La vergonzosa ineficacia de nuestras autoridades se resume en que, manifestándose incapaces de situar claramente el pecio saqueado por Odyssey, pretenden dejar a los imputados la carga de la prueba, es decir, la localización de los restos, —teoría jurídica que, hay que reconocerlo, es originalísima— y queda a la espera de fantásticos informes arqueológicos de la propia empresa... Parece ser que el actual ministro de cultura ha decidido tomar cartas en el asunto. Mi impresión es que si al final se consigue detener el saqueo se deberá a la acción benemérita y desinteresada de juristas como José María Lancho o a la actitud de empresas como Nerea, poniendo sus datos y su experiencia al servicio de la Administración. El patriotismo se demuestro con hechos, no sólo con banderas.

Implicaciones internacionales
Ayer se reunieron representantes de las administraciones española y británica con el primer ministro de Gibraltar, para hablar del centro Cervantes en Gibraltar, y de paso abordaron las actividades de Odyssey Marine Exploration en la zona. Los participantes apelaron a una mayor transparencia por parte de Odyssey, pretendiendo que dicha empresa “coopere con las autoridades españolas para asegurar que no ha habido incumplimiento de las leyes españolas”. ¿Leyes españolas? ¿Y qué hay de las leyes europeas sobre patrimonio cultural? ¿Y qué hay de las propias normas de Gibraltar?
Odyssey juega con ventaja porque sabe que nadie quiere hablar del tema, ya que muchos temen las salpicaduras; también sabe muy bien dicha empresa que el cerril enfrentamiento entre Gobierno y oposición, que imposibilita cualquier consenso, impedirá también en asunto tan crucial un acuerdo unánime.

Y si por milagro nuestros representantes hubieran experimentado un súbito arrebato de dignidad, Odyssey ya sabe como neutralizarlo de antemano: provocando un contencioso internacional. Hace meses una de nuestras patrulleras detuvo en aguas españolas a uno de los barcos de esa empresa, el Odyssey Explorer por mandato de un tribunal de la Línea de la Concepción. La empresa había avisado a las autoridades españolas y hasta había un abogado a bordo. Los abogados no suelen formar parte de la carga de los barcos, ni siquiera como lastre: resulta diáfano que quienes situaron el Explorer en aguas españolas —“reivindicadas” por Gibraltar— lo hicieron con el objetivo de que fuera aprehendido. El porqué resulta todavía más obvio: desviar la atención del verdadero debate, el cultural, para situarlo en un marco muy distinto, el  del eterno problema político de la Roca, trocando un asunto jurídico y arqueológico en una disputa entre naciones amigas y aliadas.

La jugada por ahora no les ha salido bien, porque ya es bastante complicada la situación internacional como para que el Reino Unido o su prensa amarilla desencadenen una nueva guerra del fletán y abran un nuevo frente. Pero la crisis que Marruecos está abriendo con España favorece esa perspectiva. Al final, fracasaremos todos y fracasará la cultura si se sustituye un debate científico por otro, político y territorial.

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